14 diciembre, 2011

El gran doctor José Gregorio Hernández

(Foto de S. Delmont)
Cuando nos referimos a la vida y obras de un personaje que se ha destacado del común, es conveniente y lógico conocer el entorno y las condiciones sociales, económicas y hasta políticas en que desarrolló y cumplió con su labor.

En el caso de nuestro paisano José Gregorio Hernández, para poder apreciar en toda su dimensión la misión que le fue asignada en su vida terrenal, hay que tratar de seguir su trayectoria como actor y protagonista de los hechos que le hicieron meritorio y famoso en su doble personalidad científica-religiosa.
No pretendo en este trabajo realizar una biografía de este personaje; me limitaré a relacionar y poner en evidencia una serie de situaciones en que estuvo presente como científico, como místico convencido y abnegado, como otras personales, que han sido tergiversadas quizás por ignorancia de la verdad, envidia y otros sentimientos innobles que han tratado de enlodar a las dos grandes figuras que nacieron en esta tierra betijoqueña.

Aclarada la intención de mi crónica, me permito llevar al lector a una época del pasado, concretamente al año de 1864 -o sea ciento cuarenta y siete años atrás en el tiempo. El pueblo de Libertad -así se complacen en nombrarlo sus pobladores- se extiende en forma irregular a las orillas del camino de los puertos del lago, unos lo conocen como camino real, otros como camino mulero, es la arteria principal por donde fluye todo el comercio del occidente del estado.

A la vera del mismo se extienden las casas del pobre con sus techos de palma y paredes de barro; entre ellas se destacan las casas de teja, altas puertas de maderas y enlozado de la acera, de los pocos comerciantes y hacendados, que detentan el poder económico del pueblo en los apellidos Hernández, Espinoza, Chuecos, Estrada. Unos se dedican al comercio mayor en exportación de los productos de la tierra, otros hacendados del café y la caña de azúcar y destiladores de los licores fuertes.

Es incesante el tráfico de viajeros, de arrieros con sus recuas, de viajeros distinguidos, de militares y sus tropas, de funcionarios del Gobierno o de la Iglesia y también del pobre que viaja a pié. Sus destinos, los que suben a Escuque, Valera, Mérida, Trujillo, Boconó, Carache, El Tocuyo, Carora. Los que bajan en pos de Maracaibo, Curazao, Puerto Cabello, La Guaira, Caracas y también el extranjero.

Se cuenta con una pequeña capilla anexa a la parroquia de San Juan Bautista de Betijoque, en el año de 1851, la visitó el Obispo Doctor Román Lovera de Mérida y ordenó que no se utilizase por estar el altar mayor en ruinas. En este año de 1864, fue segregada esta parroquia civil llamada Libertad al departamento de Escuque y agregada al de Betijoque.

Es en parte, el ambiente en que nace José Gregorio; la fortuna de su padre le permite adquirir la máxima educación en ese tiempo, y le evita el triste destino del niño pobre que es el conchabamiento.

A ejercer su profesión

Al regresar al terruño graduado en Medicina, se dedica con gran pasión y esfuerzo a ejercer su profesión que desde sus principios la convierte en un verdadero apostolado, atiende indistintamente y en todos los lugares, sean pueblos o caseríos, a todos los vecinos. Recorre prácticamente todo el territorio del estado Trujillo.

Su biógrafo y a la vez cuñado, el doctor Temístocles Carvallo, por estar casado con la hermana de José Gregorio, Sofía. Ha dejado en su trabajo biográfico, el periplo que recorrió Hernández en los tres estados andinos, en el Zulia, en Curazao y el oriente del país. Incansablemente, el doctor examina, diagnostica, receta, auxiliado por el escaso instrumental quirúrgico con que se cuenta en la época, a infinidad de pacientes, estudia los casos, se asesora con los trabajos y descubrimientos de los más importantes científicos.

En la correspondencia que mantiene con sus colegas de Caracas, citada por Carvallo, relata las impresiones que causan en su ánimo el estado de insalubridad de los pueblos visitados, plagadas de disentería, asma, tuberculosis, fiebres palúdicas, critica con aires de superioridad a los betijoqueños, isnotuenses y valeranos, por el estado de insalubridad en que viven a lo que se agrega una serie de creencias y prácticas supersticiosas, como los "daños", las gallinas y vacas "negras", los ensalmos de los curanderos acompañados de gestos y palabras misteriosas. A todo esto agrega que las boticas de los pueblos son atendidas por "boticarios" no profesionales, por ejemplo el boticario de Betijoque cuando se dirige a su persona, dice en plural: "nosotros los Médicos".

Este juicio crítico de Hernández sobre el estado de insalubridad en que se encontraban sus paisanos, le ha acarreado en la actualidad por los que se auto-califican como abogados del Diablo, en su actual proceso de elevarlo a los altares; como persona orgullosa, engreído por su saber y superior a todos por su elevada posición social y económica.

En un principio pensó en establecerse en esta tierra, descartando la posibilidad de los pueblos de Betijoque y Valera y cuando conoció a Boconó le pareció propicio el lugar, sin embargo se dio cuenta que los dos médicos con que contaba esa ciudad eran a la vez grandes figuras de la política, por lo que no creyó conveniente establecerse.

En el aspecto económico de su profesión, su idea constante y su meta era conseguir los medios económicos suficientes para irse a perfeccionar en su profesión a Europa.

Altos conocimientos

Una vez regresado de París con su bagaje de altos conocimientos científicos y su microscopio, que le permiten fundar la Medicina Experimental en el país, también comienza a dictar y enseñar los conocimientos adquiridos a los alumnos de la carrera de Medicina, entre estos estudiantes se encuentra Rafael Rangel, quien cursa el segundo año de medicina. Muy pronto entre el alumno y el profesor se establece una relación estrecha tanto en el orden profesional como el personal, el científico se da cuenta del gran interés de aprendizaje y disciplina en el delicado trabajo del laboratorio y la investigación, pronto el alumno abandona sus estudios regulares y se dedica con voluntad y esfuerzo a los trabajos del Laboratorio; Hernández ve en este joven bachiller la madera de un futuro investigador, le estimula y le da todos sus conocimientos.

Como su mentor y guía, Hernández en el año de 1894, coloca a Rangel como el Preparador encargado de los trabajos prácticos en las Cátedras de Bacteriología e Histología de la Universidad, cargo que desempeñó Rangel hasta el 1º de abril de 1903, cuando fue nombrado Jefe del Laboratorio del hospital Vargas. Y que ejerció hasta su muerte en 1909. Toda la experimentación y conocimientos que adquirió Rangel por la ayuda que le proporcionó desinteresadamente Hernández, le valieron el título con justicia del fundador de los estudios de Parasitología Nacional.-

En la citada biografía de Carvallo, son constantes los juicios que emite el doctor Hernández, en reconocimiento a los conocimientos científicos que adquiere Rangel su discípulo más aprovechado.

Otro testimonio en este aspecto es el caso de la epidemia de peste bubónica en el puerto de La Guaira en el año de 1909. El presidente Cipriano Castro, afronta una grave crisis internacional con las grandes potencias mundiales por su posición nacionalista, a ello se agrega este problema de salud. A quién recurre Don Cipriano, a la persona más inmediata de su entorno, su médico de cabecera José Gregorio Hernández y cuál es la solución más inmediata, enviar a La Guaira al hombre más calificado, al discípulo capacitado por él para determinar la epidemia y Rangel va al puerto con su microscopio y la compañía de tres amigos estudiantes y determina que es la peste y al investirlo de carácter militar al bachiller Rangel, nadie puede entrar ni salir del puerto, sin su permiso, medida que afecta incluso el cónsul americano. Y el simple bachiller -como le califican los doctores- controla la epidemia que no sube a Caracas, ni se difunde por Venezuela. Hernández si fuese egoísta, ególatra, se hubiera apoderado de este gran triunfo asumiendo él mismo el control y eliminación de la epidemia, pero su carácter magnánimo, generoso y desinteresado le otorga a su discípulo esta gloria.

He traído a la memoria de mis lectores, estos pormenores de la actitud profesional y personal de estas dos glorias científicas de nuestra tierra; por los continuos rumores, sobre supuesta rivalidad, enemistad y enfrentamientos personales entre Hernández y Rangel, pretendiendo enlodar sus figuras y su obra.

En su aspecto místico y religioso el doctor Hernández tiene su origen, quizás, en la herencia atávica de algunos antepasados suyos como fueron: su abuelo Remigio Hernández, nacido en Boconó en el año de 1778, quien se casó con la señora Lorenza Ana de Manzaneda, a la vez hermana del presbítero Enrique Manzaneda y Salas, que fue prócer de la Guerra de Independencia y orgullo y timbre del clero trujillano, que defendió las ideas republicanas, muriendo por ellas en las campañas del Apure, el origen español de los Manzaneda se desprende en Venezuela de su antepasado el Capitán Conquistador Juan Miguel de Manzaneda, Alférez Real de la ciudad de Coro en el año de 1590. Por su parte el prócer Manzaneda se distinguió por su generosidad al extremo de no guardar nada para sí. Otro pariente suyo fue también el presbítero Felipe Antonio Hernández, quien al morir en el año de 1810, en Boconó legó todos sus bienes por medio de su Albacea el cura Nepomuceno Ramos Venegas, para fundar obras pías, entre ellas la primera escuela pública de esa ciudad.

José Gregorio Hernández, transitando por los caminos de la ciencia médica y de la santidad le hizo honor al acervo familiar en las dotes de sabio, humanitario y justo.

El maestro y el discípulo


Como una circunstancia curiosa, asentó Carvallo, que Hernández y Rangel, el maestro y el discípulo, con igual trabajo y triunfos en el progreso de las ciencias médicas de su patria, cuando ocurrió el sacrificio de sus vidas, reposaron en el mismo lecho mortuorio del hospital Vargas.

(vía Diario de los Andes)

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